Oportunidad al amor
Ya no hay vuelta atrás. Quizás no
tendría que haberle dicho nada a S.
Camino de la escuela sentía una
inquietud que desbordaba mi ánimo.
Había estado estudiando hasta la madrugada el
examen de Psicología, tenía que aprobarlo, no me podía permitir suspender o me
quitarían la beca. Mi compañera de habitación me animaba:
- No te preocupes, ya verás cómo
todo sale bien.
- Si no le hubiera dicho nada a
Serafín, ahora no estaría así. ¿Y si me rechaza?
- De todas formas hay que dar una
oportunidad a la vida, al amor. Y ¿si sale bien?
- No creo que se haya percatado
ni siquiera un momento de que existo.
- Bueno, pues ahora no va a tener
más remedio. Lo mismo se da el flechazo.
- ¡Qué optimista eres! ¡Ojala yo
fuera como tú!
- Venga, vamos a dormir un rato
que si no mañana roncaremos en el examen.
Se subió a la parte de arriba de
la litera no sin antes haber pasado por el baño y realizar sus ejercicios de
estiramiento de huesos que tanta gracia me producían.
Ya con la luz apagada intenté
recordar cómo había ocurrido todo hasta llegar a este estado de inquietud.
Sabía que había llegado el día y
me tenía que enfrentar a él. Era un martes frío de Febrero, iba con mi
chubasquero azul marino, que me compré en una tienda de Marqués de Pickman ese
curso, pues las nubes amenazaban lluvia. Entre burlas y carcajadas mis
compañeras no dejaban de animarme camino a la escuela.
En el examen intentaba
concentrarme con las preguntas, incluso escribía más de lo que había estudiado,
todo para alargar el tiempo. No quería que terminara pues así tenía la
oportunidad de no encontrarlo. Pero todo fue en vano.
Al salir al patio, donde me
esperaba mi compañera, lo vi bajando de la clase de música, su asignatura
preferida, ya me explicó después de
algún tiempo que era a la que dedicaba más horas intentando solfear o tocar la flauta,
lo que hacía que su familia aprovechara para salir a hacer los mandados.
Venía con su chubasquero rojo, su
vaquero y sus barbas, las tres cosas que lo caracterizaban y que habían hecho
que me fijara en él. También porque iba normalmente con un compañero de mi
clase. Yo, con mi chubasquero azul y los nervios que me acompañaban desde el
día anterior.
Lo miré, me miró y no sé lo que
mis nervios me dejaron decirle. Él sugirió:
- Podríamos quedar el viernes
después de una clase particular que doy a una niña en Los Pajaritos. Así nos
conocemos.
Aprobé el examen y el curso,
continué con la beca para alivio de mis padres. Y aún continuamos
conociéndonos.
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