domingo, 17 de junio de 2018

Oportunidad al amor



Oportunidad al amor
Ya no hay vuelta atrás. Quizás no tendría que haberle dicho nada a S.
Camino de la escuela sentía una inquietud que desbordaba mi ánimo.
 Había estado estudiando hasta la madrugada el examen de Psicología, tenía que aprobarlo, no me podía permitir suspender o me quitarían la beca. Mi compañera de habitación me animaba:
- No te preocupes, ya verás cómo todo sale bien.
- Si no le hubiera dicho nada a Serafín, ahora no estaría así. ¿Y si me rechaza?
- De todas formas hay que dar una oportunidad a la vida, al amor. Y ¿si sale bien?
- No creo que se haya percatado ni siquiera un momento de que existo.
- Bueno, pues ahora no va a tener más remedio. Lo mismo se da el flechazo.
- ¡Qué optimista eres! ¡Ojala yo fuera como tú!
- Venga, vamos a dormir un rato que si no mañana roncaremos en el examen.
Se subió a la parte de arriba de la litera no sin antes haber pasado por el baño y realizar sus ejercicios de estiramiento de huesos que tanta gracia me producían.
Ya con la luz apagada intenté recordar cómo había ocurrido todo hasta llegar a este estado de inquietud.
Sabía que había llegado el día y me tenía que enfrentar a él. Era un martes frío de Febrero, iba con mi chubasquero azul marino, que me compré en una tienda de Marqués de Pickman ese curso, pues las nubes amenazaban lluvia. Entre burlas y carcajadas mis compañeras no dejaban de animarme camino a la escuela.
En el examen intentaba concentrarme con las preguntas, incluso escribía más de lo que había estudiado, todo para alargar el tiempo. No quería que terminara pues así tenía la oportunidad de no encontrarlo. Pero todo fue en vano.
Al salir al patio, donde me esperaba mi compañera, lo vi bajando de la clase de música, su asignatura preferida,  ya me explicó después de algún tiempo que era a la que dedicaba más horas intentando solfear o tocar la flauta, lo que hacía que su familia aprovechara para salir a hacer los mandados.
Venía con su chubasquero rojo, su vaquero y sus barbas, las tres cosas que lo caracterizaban y que habían hecho que me fijara en él. También porque iba normalmente con un compañero de mi clase. Yo, con mi chubasquero azul y los nervios que me acompañaban desde el día anterior.
Lo miré, me miró y no sé lo que mis nervios me dejaron decirle. Él sugirió:
- Podríamos quedar el viernes después de una clase particular que doy a una niña en Los Pajaritos. Así nos conocemos.
Aprobé el examen y el curso, continué con la beca para alivio de mis padres. Y aún continuamos conociéndonos.

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